Podcast Antonio Pacios MSC

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viernes, 29 de octubre de 2010

LA PALABRA DE DIOS ES VIVA Y EFICAZ

De los Tratados de Balduino de Cantorbery, obispo
(Tratado 6: PL 204, 451-453)

LA PALABRA DE DIOS ES VIVA Y EFICAZ
 
La palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que espada de dos filos. Los que buscan a Cristo, palabra, fuerza y sabiduría de Dios, descubren por esta expresión de la Escritura toda la grandeza, fuerza y sabiduría de aquel que es la verdadera palabra dé Dios y que existía ya antes del comienzo de los tiempos y, junto al Padre, participaba de su misma eternidad. Cuando llegó el tiempo oportuno, esta palabra fue revelada a los apóstoles, por ellos el mundo la conoció y el pueblo de los creyentes la recibió con humildad. Esta palabra existe, por tanto, en el seno del Padre, en la predicación de quienes la proclaman y en el corazón de quienes la aceptan.

Está palabra de Dios es viva, ya que el Padre le ha concedido poseer la vida en sí misma, como el mismo Padre posee la vida en sí mismo. Por lo cual hay que decir que esta palabra no sólo es viva, sino que es la misma vida, como afirma el propio Señor, cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Precisamente porque esta palabra es la vida es también viva y vivificante; por esta razón está escrito: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos, devolviéndoles la vida, así también el Hijo dispensa la vida a los que quiere. Es vivificante cuando llama a Lázaro del sepulcro, diciendo al que estaba muerto: Lázaro, sal fuera.

Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos, y su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abraham. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz.

Es eficaz en la creación del mundo, eficaz en el gobierno del universo, eficaz en la redención de los hombres. ¿Qué otra cosa podríamos encontrar más eficaz y más poderosa que esta palabra? ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Esta palabra es eficaz cuando actúa y eficaz cuando es proclamada; jamás vuelve vacía, sino que siempre produce fruto cuando es enviada.

Es eficaz y tajante más que espada de dos filos para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como sise tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de dos filos, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos.

martes, 26 de octubre de 2010

Gaudí proyectó en la Sagrada Familia una catequesis monumental



Gaudí proyectó en la Sagrada Familia una catequesis monumental


Un gran día para Cataluña


Por su interés, reproducimos a continuación la carta pastoral del arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol Balcells, que exalta la importancia de la visita papal al Templo de la Sagrada Familia para su dedicación

El próximo domingo el Papa consagrará personalmente en Barcelona el templo expiatorio de la Sagrada Familia, ese tesoro arquitectónico que nació de la devoción a San José de un grupo de personas y que realizó Antoni Gaudí. Es un templo construido con las aportaciones de miles de personas de diversas generaciones a lo largo del tiempo.

Fue un día de San José, el 19 de marzo de 1882, cuando se colocó la primera piedra, que bendijo el obispo Urquinaona. El notario del acto, al dar cuenta de este momento, dejó escrito: “Sea esta obra a mayor honra y gloria de la Sagrada Familia”.

Gaudí se hizo cargo de la obra un año después, en noviembre de 1883 y trabajó ininterrumpidamente en ella hasta su muerte trágica en 1926. Su genio de artista construyó un templo único en el mundo, pero su alma cristiana hizo algo más: impregnó toda la construcción de amor a Dios y de devoción a la Sagrada Familia. Basta ver que diseñó 18 torres: cuatro encima de cada una de las tres puertas que forman un total de 12 dedicadas a los apóstoles; otras cuatro, a los evangelistas; en el centro una torre central dedicada a Jesucristo, con 167 metros de altura e, inmediatamente detrás, la de la Virgen.

Esta catequesis arquitectónica —Cristo, la Virgen, los evangelistas, los apóstoles— es sólo una muestra, aunque la más llamativa, de las muchas obras menores que están llenas de simbolismo religioso en las columnas, arcos y capiteles. La imitación de elementos de la Naturaleza, en la que el artista ve la mano de Dios creador, se completa con la representación de verdades de nuestra fe en una combinación excepcional del mundo físico y las realidades eternas.

No sería posible explicar el éxito que tuvo la iniciativa y su continuidad a lo largo de los siglos, desde finales del XIX a estos comienzos del XXI, sin tener en cuenta la tradición cristiana de Catalunya. Fue ella la que impulsó a levantar un templo expiatorio en circunstancias difíciles para la Iglesia, y la que verá culminar en las próximas décadas este homenaje a Jesús, María y José, la trinidad de la tierra, reflejo del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la trinidad celestial.

El domingo 7 de noviembre de 2010 será un gran día para Catalunya, un momento histórico para dar gracias por los esfuerzos de tanta gente que nos ha precedido, un día que nos lleve a comprometernos en mantener la devoción secular y a que nuestra vida cotidiana se acomode a la voluntad de Dios, que nos preside desde esa Casa construida con el arte de un genio sobre los cimientos de la fe colectiva. 

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y Primado

domingo, 24 de octubre de 2010

Mensaje del Papa Benedicto XVI para el DOMUND 2010

Mensaje del Papa Benedicto XVI para el DOMUND 2010

Por SIC el 23 de Octubre de 2010



El mes de octubre, con la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones, ofrece a las comunidades diocesanas y parroquiales, a los institutos de vida consagrada, a los movimientos eclesiales y a todo el pueblo de Dios la ocasión de renovar el compromiso de anunciar el Evangelio y de dar a las actividades pastorales un aliento misionero más amplio. Esta cita anual nos invita a vivir intensamente los itinerarios litúrgicos y catequéticos, caritativos y culturales, con los que Jesucristo nos convoca a la mesa de su Palabra y de la Eucaristía, para gustar el don de su presencia, formarnos en su escuela y vivir cada vez más conscientemente unidos a Él, Maestro y Señor. Él mismo nos dice: “El que me ame será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Sólo a partir de este encuentro con el Amor de Dios, que cambia la existencia, podemos vivir en comunión con Él y entre nosotros, y ofrecer a los hermanos un testimonio creíble, dando razón de nuestra esperanza (cf. 1P 3,15). Una fe adulta, capaz de abandonarse totalmente a Dios con actitud filial, alimentada por la oración, por la meditación de la Palabra de Dios y por el estudio de las verdades de la fe, es condición para poder promover un humanismo nuevo, fundado en el Evangelio de Jesús.

En octubre, además, en muchos países se reanudan las diferentes actividades eclesiales después de la pausa estival, y la Iglesia nos invita a aprender de María, mediante el rezo del Santo Rosario, a contemplar el proyecto de amor del Padre sobre la humanidad, para amarla como Él la ama. ¿No es quizá este también el sentido de la misión?

Efectivamente, el Padre nos llama a ser hijos amados en su Hijo, el Amado, y a reconocernos todos hermanos en Él, don de salvación para la humanidad dividida por la discordia y el pecado, y revelador del verdadero rostro del Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

“Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21) es la petición que, en el evangelio de Juan, algunos griegos, llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual, presentan al apóstol Felipe. La misma petición resuena también en nuestro corazón en este mes de octubre, que nos recuerda cómo el compromiso y la tarea del anuncio evangélico compete a la Iglesia entera, “misionera por su naturaleza” (Ad gentes, 2), y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, en comunidades fundadas en el Evangelio. En una sociedad multiétnica que cada vez más experimenta formas de soledad y de indiferencia preocupantes, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia, y, sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometerse a hacer del planeta la casa de todos los pueblos.

La comunión eclesial nace del encuentro con el Hijo de Dios, Jesucristo, que, en el anuncio de la Iglesia, alcanza a los hombres y crea comunión con Él mismo y, consiguientemente, con el Padre y el Espíritu Santo (cf. 1Jn 1,3). Cristo establece la nueva relación entre el hombre y Dios. “Él mismo nos revela que «Dios es amor» (1Jn 4,8), y al mismo tiempo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y por ello de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que el camino del amor está abierto a todos los hombres y de que no es inútil el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal” (Gaudium et spes, 38).

La Iglesia se convierte en “comunión” a partir de la Eucaristía, en la que Cristo, presente en el pan y en el vino, con su sacrificio de amor edifica a la Iglesia como su cuerpo, uniéndonos al Dios uno y trino y entre nosotros (cf. 1Co 10,16ss). En la exhortación apostólica Sacramentum caritatis escribí: “No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Este exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él” (n. 84). Por esta razón, la Eucaristía no solo es fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión: “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” (ibíd.), capaz de llevar a todos a la comunión con Dios, anunciando con convicción: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (1Jn 1,3).

Queridos hermanos, en esta Jornada Mundial de las Misiones, en la que la mirada del corazón se dilata sobre los inmensos espacios de la misión, sintámonos todos protagonistas del compromiso de la Iglesia de anunciar el Evangelio. El impulso misionero ha sido siempre un signo de vitalidad para nuestras Iglesias (cf. Redemptoris missio, 2) y su cooperación es testimonio singular de unidad, de fraternidad y de solidaridad, que hace creíbles anunciadores del Amor que salva.

Por ello, renuevo a todos la invitación a la oración y, a pesar de las dificultades económicas, al compromiso de la ayuda fraterna y concreta para sostener a las jóvenes Iglesias. Este gesto de amor y de compartir, que el valioso servicio de las Obras Misionales Pontificias, a las que va mi gratitud, proveerá a distribuir, sostendrá la formación de sacerdotes, seminaristas y catequistas en las tierras de misión más lejanas y animará a las jóvenes comunidades eclesiales.

 Como el “sí” de María, toda respuesta generosa de la comunidad eclesial a la invitación divina al amor a los hermanos suscitará una nueva maternidad apostólica y eclesial (cf. Ga 4,4.19.26), que, dejándose sorprender por el misterio de Dios amor, el cual, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió […] a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4,4), dará confianza y audacia a nuevos apóstoles. Esta respuesta hará a todos los creyentes capaces de estar “alegres en la esperanza” (Rm 12,12) al realizar el proyecto de Dios, que quiere “que todo el género humano forme un único pueblo de Dios, se una en un único cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo” (Ad gentes, 7).

Benedicto XVI,
Vaticano, 6 de febrero de 2010

sábado, 16 de octubre de 2010

YO SOY EL ALFA Y LA OMEGA, EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 40. 45)

YO SOY EL ALFA Y LA OMEGA, EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO

La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.

La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación en la vida divina, sino que también difunde, de alguna manera, sobre el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la dignidad de la persona humana, afianzando la cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez más la familia humana y toda su historia.

Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la Iglesia no tiene más que una única finalidad: que venga el reino de Dios y que se establezca la salvación de todo el género humano. Por otra parte, todo el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio del amor de Dios hacia el hombre.

Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. Él es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: Hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra.

El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario; yo daré a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.

martes, 12 de octubre de 2010

EL PILAR, LUGAR PRIVILEGIADO DE ORACIÓN Y DE GRACIA

EL PILAR, LUGAR PRIVILEGIADO DE ORACIÓN Y DE GRACIA

Según una piadosa y antigua tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María, a las orillas del Ebro, en la ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro vivo y permanente de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y a venerar su Pilar.

La advocación de Nuestra Señora del Pilar ha sido objeto de un especial culto por parte de los españoles: difícilmente podrá encontrarse en el amplio territorio patrio un pueblo que no guarde con amor la pequeña imagen sobre la santa columna. Muchas instituciones la veneran también como patrona.

Muy por encima de milagros espectaculares, de manifestaciones clamorosas y de organizaciones masivas, la Virgen del Pilar es invocada como refugio de pecadores, consoladora de los afligidos, madre de España. Su quehacer es, sobre todo, espiritual. Y su basílica en Zaragoza es un lugar privilegiado de oración, donde sopla con fuerza el Espíritu.

La devoción al Pilar tiene una gran repercusión en Iberoamérica, cuyas naciones celebran la fiesta del Descubrimiento de su Continente el doce de octubre, es decir, el mismo día del Pilar. Como prueba de su devoción a la Virgen, los numerosos mantos que cubren la sagrada imagen y las banderas que hacen guardia de honor a la Señora ante su santa capilla testimonian la vinculación fraterna que Iberoamérica tiene, por el Pilar, con la patria española.

Abierta la basílica durante todo el día, jamás faltan fieles que llegan al Pilar en busca de reconciliación, gracia y diálogo con Dios.

sábado, 9 de octubre de 2010

QUE NUESTRO DESEO DE LA VIDA ETERNA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
(Carta 130, 8, 15. 17-9, 18: CSEL 44, 56-57. 59-60)

QUE NUESTRO DESEO DE LA VIDA ETERNA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN


¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino a la mente del hombre, ya que es la mente del hombre la que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Orad sin cesar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

viernes, 1 de octubre de 2010

EN El CORAZÓN DE LA IGLESIA, YO SERÉ El AMOR

De la Narración de la vida de santa Teresa del Niño Jesús, virgen, escrita por ella misma 
(« Manuscrits autobiographiques», Lisieux 1957, 227-229) 

EN El CORAZÓN DE LA IGLESIA, YO SERÉ El AMOR 

Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz.

Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Aspirad a los dones más excelentes; yo quiero mostraros un camino todavía mucho mejor. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad.

Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido á mi misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. En la caridad descubrí el quicio de mi vocación. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.

Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé:

«Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado.»

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