Podcast Antonio Pacios MSC

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jueves, 30 de agosto de 2012

TÚ ERES, SEÑOR, TODO NUESTRO BIEN

De las: Instrucciones de san Columbano; abad
(Instrucción 13, Sobre Cristo fuente de vida, 2-3: Opera, Dublín 1957, pp. 118-120)

TÚ ERES, SEÑOR, TODO NUESTRO BIEN

Escuchemos, hermanos, la voz de la Vida que nos invita a beber de la fuente de vida; el que nos llama es no sólo fuente de agua viva, sino también fuente de vida eterna, fuente de luz y de claridad; él es aquel de quien proceden todos los bienes de sabiduría, de vida y de luz eterna. El Autor de la vida es fuente de vida, el Creador de la luz es origen de toda claridad; por eso, despreciando las cosas visibles y pasando por encima de las cosas terrestres, dirijámonos hacia los bienes celestiales, sumergidos en el Espíritu como los peces en el agua, y dirijámonos a la fuente del agua viva para beber de ella el agua viva que brota para comunicar vida eterna.

Ojalá te dignaras, Dios de misericordia y Señor de todo consuelo, hacerme llegar hasta aquella fuente, para que en ella pudiera, junto con todos los sedientos, beber del agua viva en la fuente viva y, saciado con su abundante suavidad, me adhiriera con fuerza cada vez mayor a un tal manantial y pudiera decir: «¡Cuán dulce es la fuente del agua viva, cuyo manantial brota para comunicar vida eterna!»

Oh Señor, tú mismo eres aquella fuente que, aunque siempre bebamos de ella, siempre debemos estar deseando. Señor Jesucristo, danos sin cesar de ese agua para que brote en nuestro interior una fuente de agua viva que nos comunique la vida eterna. Pido cosas ciertamente grandes, ¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos prometes dones excelsos y te complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que tú mismo, y tú has querido darte y entregarte a nosotros.

Por eso te pedimos que nos enseñes a valorar lo que amamos, que eres tú mismo, pues nuestro amor no desea bien alguno fuera de ti. Tú eres, Señor, todo nuestro bien, nuestra vida y nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento y nuestra bebida. Infunde en nuestro corazón, Señor Jesús, la suavidad de tu Espíritu y hiere nuestra alma con tu amor para que cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Muéstrame dónde está el amor de mi alma, porque desfallezco, herido de amor.»

Deseo, Señor, desfallecer herido de esta forma. Dichosa el alma a quien de esta manera ha herido el amor: esta alma busca la fuente y bebe, siempre, sin embargo, bebiendo tiene sed, deseando encuentra agua, teniendo sed siempre bebe; así, amando siempre busca y cuando es herida es sanada. Ojalá se digne herirnos de este modo nuestro Dios y Señor Jesucristo, el piadoso y poderoso médico de nuestras almas, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO Jn 4, 13-15
R. El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed; * el agua que yo le dé se convertirá en él en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna.
V. 
Señor, dame de ese agua, para que no sienta ya más sed.
R. 
El agua que yo le dé se convertirá en él en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna.

martes, 21 de agosto de 2012

LA VOZ DE LA IGLESIA QUE RESUENA DULCEMENTE

De la Constitución apostólica Divino afflátu del papa san Pío décimo
(AAS 3 [1911], 633-635)

LA VOZ DE LA IGLESIA QUE RESUENA DULCEMENTE 

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las Sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo.»

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que todas las partes de la Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, están inspiradas por Dios y son útiles para instruir, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros.» Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan.» San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien.»

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»? 

RESPONSORIO 1Ts 2, 4. 3
R. Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, * no buscando agradar a los hombres, sino a Dios.
V. 
Nuestra exhortación no procede del error, ni de la impureza ni con engaño.
R. 
No buscando agradar a los hombres, sino a Dios.

lunes, 20 de agosto de 2012

AMO PORQUE AMO, AMO POR AMAR

De los Sermones de san Bernardo, abad, sobre el Cantar de los cantares
(Sermón 83, 4-6: Opera omnia, edición cisterciense, 2 [1958], 300-302)

AMO PORQUE AMO, AMO POR AMAR

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la creatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.

El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?

Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la creatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la creatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.

RESPONSORIO Sal 30, 20; 35, 9
R. ¡Qué bondad tan grande, Señor, * reservas para tus fieles!
V. 
Se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias.
R. 
Lo reservas para tus fieles.

sábado, 11 de agosto de 2012

La Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo

La Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo

La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.

Y el Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes términos:
"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).

Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de diversas formas, según la cultura y las creencias que tengamos, aunque lo evadamos en nuestro pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios a nuestro alcance nuestros días en la tierra, todos tenemos una necesidad grande de esa esperanza cierta de inmortalidad contenida en la promesa de Cristo sobrenuestra futura resurrección.
Mucho bien haría a muchos cristianos oír y leer más sobre este misterio de la Asunción de María, el cual nos atañe tan directamente. ¿Por qué se ha logrado colar la creencia en el mito pagano de la re-encarnación entre nosotros? Si pensamos bien, estas ideas extrañas a nuestra fe cristiana se han ido metiendo en la medida que hemos dejado de pensar, de predicar y de recordar los misterios, que como el de la Asunción, tienen que ver con la otra vida, con la escatología, con las realidades últimas del ser humano.

El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobreel sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.

miércoles, 1 de agosto de 2012

EL AMOR A CRISTO

De las obras de San Alfonso María de Ligorio, obispo.
 (Tratado sobre la práctica del amor a Jesucristo, edición latina, Roma 1909, pp. 9-14)

 EL AMOR A CRISTO

 Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto.

 ¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? Él nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh hombre -así nos habla-, que yo he sido el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo.»

 Dios, sabiendo que al hombre se lo gana con beneficios, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos del amor.» Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre. Además de haber dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento y voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo ello por amor al hombre, para que todas aquellas creaturas estuvieran al servicio del hombre, y así el hombre lo amara a él en atención a tantos beneficios.

 Y no sólo quiso darnos aquellas creaturas, con toda su hermosura, sino que además, con el objeto de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a sí mismo por entero a nosotros. El Padre eterno llegó a darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros estábamos muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿que es lo que hizo? Llevado por su amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el pecado.

 Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con él todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?

 RESPONSORIO Sal 144, 19-20; 1Jn 3, 9

R. El Señor satisface los deseos de sus fieles, escucha sus gritos, y los salva. * El Señor guarda a los que lo aman.
V. Quien ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él.
R. El Señor guarda a los que lo aman.

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