De la Apología primera de san Justino, mártir, en favor de los cristianos
(Cap. 66-67: PG 6, 427-431)
Sólo pueden participar de la eucaristía los que admiten como verdaderas
nuestras enseñanzas, han sido lavados en el baño de regeneración y del
perdón de los pecados y viven tal como Cristo nos enseñó.
Porque el pan y la bebida que tomamos no los recibimos como pan y bebida
corrientes, sino que así como Jesucristo, nuestro salvador, se encarnó
por la acción del Verbo de Dios y tuvo carne y sangre por nuestra
salvación, así también se nos ha enseñado que aquel alimento sobre el
cual se ha pronunciado la acción de gracias, usando de la plegaria que
contiene sus mismas palabras, y del cual, después de transformado, se
nutre nuestra sangre y nuestra carne es la carne y la sangre de Jesús,
el Hijo de Dios encarnado.
Los apóstoles, en efecto, en sus comentarios llamados Evangelios, nos
enseñan que así lo mandó Jesús, ya que él, tomando pan y habiendo
pronunciado la acción de gracias, dijo: Haced esto en memoria mía; éste
es mi cuerpo; del mismo modo, tomando el cáliz y habiendo pronunciado
la acción de gracias, dijo: Ésta es mi sangre, y se lo entregó a ellos
solos. A partir de entonces, nosotros celebramos siempre el recuerdo de
estas cosas; y, además, los que tenemos alguna posesión socorremos a
todos los necesitados, y así estamos siempre unidos. Y por todas las
cosas de las cuales nos alimentamos alabamos al Creador de todo, por
medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Y, el día llamado del sol, nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que
habitamos en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios
de los apóstoles o los escritos de los profetas, en la medida que el
tiempo lo permite.
Después, cuando ha acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta
con sus palabras a la imitación de tan preclaros ejemplos.
Luego nos ponemos todos de pie y elevamos nuestras preces; y, como ya
hemos dicho, cuando hemos terminado las preces, se trae pan, vino y
agua; entonces el que preside eleva, fervientemente, oraciones y
acciones de gracias, y el pueblo aclama: Amén. Seguidamente tiene lugar
la distribución y comunicación, a cada uno de los presentes, de los
dones sobre los cuales se ha pronunciado la acción de gracias, y los
diáconos los llevan a los ausentes.
Los que poseen bienes en abundancia, y desean ayudar a los demás, dan,
según su voluntad, lo que les parece bien, y lo que se recoge se pone a
disposición del que preside, para que socorra a los huérfanos y a las
viudas y a todos los que, por enfermedad u otra causa cualquiera, se
hallan en necesidad, como también a los que están encarcelados y a los
viajeros de paso entre nosotros: en una palabra, se ocupa de atender a
todos los necesitados.
Nos reunimos precisamente el día del sol, porque éste es el primer día
de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la
materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro salvador,
resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la vigilia
del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el
día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos, a quienes enseñó
estas mismas cosas que hemos puesto a vuestra consideración.
RESPONSORIO
R. Jesús, cuando iba a
pasar de este mundo al Padre, * instituyó en memoria de su muerte el
sacramento de su cuerpo y de su sangre. Aleluya.
V. Y, entregando su cuerpo como alimento y su sangre como bebida, dijo a sus discípulos: «Haced esto en memoria mía.»
R. Instituyó en memoria de su muerte el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Aleluya.
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