De las Disertaciones de san Sofronio, obispo
(Disertación 3, Sobre el
Hipapanté, 6. 7: PG 87, 3, 3291-3293)
ACOJAMOS LA LUZ CLARA Y
ETERNA
Corramos todos al encuentro del Señor
los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien
dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su
luz.
Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el
resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que todo
resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la
abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con
que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.
En efecto, del
mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la
comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él
y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir
al encuentro de aquel que es la luz verdadera.
Sí, ciertamente, porque la
luz ha venido al mundo, para librarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y
llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando
de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos
significar. Por esto avanzamos en procesión con cirios en las manos, por esto
acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para
nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de
inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de
Dios.
Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo
ilumina a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos
transforme.
Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne
a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor;
todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón,
acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él,
cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha
arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz
verdadera.
También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la
salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha
manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así
como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente,
así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso
pecado.
También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo,
que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo
de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto, con
nuestros ojos, al Dios hecho hombre; y de este modo, habiendo visto la presencia
de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente,
somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando año tras año,
porque no queremos olvidarlo.
RESPONSORIO Ez
43, 4-5; cf. Lc 2, 27
R.
La gloria del Señor entró en el templo por la puerta
oriental, * y llenó el templo la gloria del Señor.
V.
Llevaron sus padres al niño Jesús al templo.
R. Y llenó el templo la gloria del
Señor.
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