El Evangelio del tercer domingo de Cuaresma nos presenta una reacción enérgica de Jesús frente a los que habían convertido en un mercado la casa de su Padre. Este acto significa la purificación del templo de Jerusalén y es un gesto de autoridad que, según la esperanza de los profetas y del pueblo fiel, tenía que realizar el Mesías. A partir de este episodio, el Evangelio de San Juan se eleva a la consideración de otro “templo”, el templo verdadero que es el mismo Jesús.
El templo de Jerusalén había sido profanado no pocas veces por reyes impíos de Judá o por invasores extranjeros. Cuando se recuperaba la normalidad, se procedía a su purificación. Pero ahora se trataba de una profanación desde el interior de Israel, con un mercadeo que invadía el espacio reservado a significar y vivir la presencia de Dios.
En el marco de
Los judíos intervienen pidiendo signos que justifiquen su proceder, y Jesús les responde de manera enigmática aludiendo a su muerte y resurrección: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Él hablaba del templo de su cuerpo y se refería a la resurrección al tercer día de su muerte, como lo entendieron sus discípulos después de los acontecimientos pascuales. Su muerte y su resurrección son el signo que legitima su actuación. Todo el pasaje se orienta a esta manifestación de Cristo en su misterio salvador. Cristo, nuevo templo, da paso a una nueva Alianza y a un nuevo culto “en espíritu y en verdad”.
El nuevo templo espiritual se construye sobre Cristo, muerto y resucitado, que es el fundamento de la nueva Alianza. Por medio de él y unidos a él, también los cristianos somos piedras vivas que formamos parte de la construcción de un edificio espiritual para ofrecer a Dios sacrificios espirituales, agradables al Padre y aceptados por él por medio de Jesucristo y en el Espíritu Santo. Cada uno de los creyentes que vive en comunión con él, se convierte en una piedra viva de ese templo que hace presente en medio del mundo la fuerza salvadora de Dios, que ofrece un culto al Padre en espíritu y en verdad y que es un signo del amor salvador de Dios en Cristo y en el Espíritu Santo para la
humanidad entera.
Para lograr ser fieles a esta vocación, estamos llamados a purificarnos siempre nuevamente de nuestros pecados, acogiéndonos a la misericordia de Dios y a su gracia salvadora. Y también estamos llamados a purificar
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
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miércoles, 7 de marzo de 2012
LA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO
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